Adentro no hay más que una morada

34 artistas argentinos

Adentro no hay más que una morada reúne obras recientes de treinta y cuatro artistas de distintas regiones de la Argentina que revelan una voluntad de canalizar y potenciar su vínculo con el entorno ‒ya sea material, intangible o incluso espiritual‒. Mayormente producidas durante el último par de años y atravesadas por la experiencia de aislamiento y arraigo en la que nos sumergió la pandemia, las obras funcionan como declaraciones de existencia. Son modos de indicar que estamos vivos mediante la producción de signos, señales y acciones sobre lo que nos rodea, de formas e imágenes que expresan el deseo de estrechar el vínculo con nuestra intimidad, con el otro y con aquello que nos trasciende.

El título de la exposición parafrasea un verso de la poeta argentina Olga Orozco incluido en el poema “Desdoblamiento en máscara de todos”, que dice “Desde adentro de todos no hay más que una morada”. El verso expresa la imposibilidad de distinguir entre la noción de existir y la de habitar, idea que los trabajos de la exhibición traen a la conciencia a través de imágenes, muchas de las cuales refuerzan el valor fundamental de la identidad y del sentido de pertenencia. Estas obras evidencian que la relación del individuo con su entorno es recíproca; incluso las que se nos presentan en forma de signos, geometrías y otro tipo de abstracciones de apariencia universal dejan a la vista que surgen de una localidad y una intimidad.

Mientras algunos de los trabajos de la exhibición buscan hacer reconocible en los objetos y los espacios la figura del cuerpo humano y las huellas del pulso vital, otros hacen sentir su presencia al reordenar objetos cotidianos cargándolos de valor afectivo y ritual. Muchos de los artistas recurren a materiales naturales y encontrados como un canal fundamental mediante el cual manifestarse y expresan un interés por recurrir a formas de producción artística de tradiciones ancestrales y saberes heredados o aprendidos en comunidad. Contenedoras de experiencias, de energía, de ejercicios, de labores y de mensajes, todas las obras revelan que desde nuestro más íntimo lugar podemos manifestar nuestro poder de transformar la realidad e invitan a pensar el arraigo como forma de resistencia.

La quietud y el encierro que provocó la pandemia nos volvió por momentos invisibles en la esfera pública. Estas obras son la contracara de esa imposibilidad de ser vistos. A partir de gestos, de reflejos, de búsquedas sensibles en los dispositivos tecnológicos, de la producción de lenguajes nuevos, del ordenamiento de desechos en forma de tótems o talismanes o de la voluntad de penetrar en otras materialidades e incluso en el paisaje, ellas se convierten en modos contundentes de decir “estoy presente”.

Artistas: Carlos Aguirre (Arroyo Seco, Santa Fe, 1981), Blas Aparecido (Sauce, Corrientes, 1976), Erik Arazi (CABA, 1990), Gonzalo Beccar Varela (Tigre, Buenos Aires, 1983), Gala Berger (Villa Gesell, Buenos Aires, 1983), Florencia Caiazza (Olivos, Buenos Aires, 1982), Eugenia Calvo (Rosario, Santa Fe, 1976), Nacha Canvas (Ushuaia, Tierra del Fuego, 1990), Jimena Croceri (Cutral-Có, Neuquén, 1981), Soledad Dahbar (Salta, Salta, 1976), Benjamín Felice (San Miguel de Tucumán, Tucumán, 1990), Dana Ferrari (CABA, 1988), Carolina Fusilier (CABA, 1985), Denise Groesman (CABA, 1989), María Guerrieri (CABA, 1973), Juan Gugger (Deán Funes, Córdoba, 1986), Nina Kovensky (CABA, 1993), Lucrecia Lionti (San Miguel de Tucumán, Tucumán, 1985), Alejandra Mizrahi (San Miguel de Tucumán, Tucumán, 1981), Florencia Palacios (Sunchales, Santa Fe, 1994), Mauricio Poblete (Mendoza, Mendoza, 1989), Lucía Reissig (CABA, 1994) y Bernardo Zabalaga (Cochabamba, Bolivia, 1978), Daniela Rodi (Santa Rosa, La Pampa, 1980), Federico Roldán Vukonich (Paraná, Entre Ríos, 1993), Florencia Sadir (Salta, Salta, 1991), Matías Tomás (San Miguel de Tucumán, Tucumán, 1990), Agustina Triquell (Córdoba, Córdoba, 1983), Florencia Vallejos (Bahía Blanca, Buenos Aires, 1993), Francisco Vázquez Murillo (Rosario, Santa Fe, 1980), Antonio Villa (Esquel, Chubut, 1989), Santiago Villanueva (Azul, Buenos Aires, 1990), Agustina Wetzel (Corrientes, Corrientes, 1988), Ana Won (San Miguel de Tucumán, Tucumán, 1989)

Curaduría: Alejandra Aguado

Esta exposición cuenta con el apoyo de 

Retrato de Alejandra Mizrahi en la exposición Adentro no hay más que una morada

El trabajo de Alejandra Mizrahi se inspira en los métodos artesanales de fabricación textil, especialmente el de las randas de bordado, propias de Tucumán, provincia donde reside. A partir de ellas, se abre a una gran variedad de posibilidades plásticas y ensayos técnicos. Fantasía aplicada, la obra que participa de la exposición Adentro no hay más que una morada, evoca el imaginario decorativo de este tipo de bordado y se sirve de sus técnicas, pero a la vez modifica sus tradicionales formas y usos al crear un universo de fantasía propio de la artista.

Alejandra Mizrahi (Tucumán, 1981) es artista, docente e investigadora. En 2008, recibió el título de de Magister en Filosofía Contemporánea y en Estética y Teoría del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona y en 2009, se doctoró en Filosofía en la misma universidad, especializada en Arte y Diseño en el área de Estética y Filosofía del Arte. Actualmente es docente de la Tecnicatura Universitaria de Diseño de Indumentaria y Textil, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán. Su obra ha sido expuesta en diferentes museos y espacios de arte del país.

Retrato de Antonio Villa en la exposición Adentro no hay más que una morada

El trabajo de Antonio Villa intenta suprimir la tensión histórica entre arte y artesanía. Retoma técnicas y materiales provenientes del sur de nuestro país, que traen su propia carga simbólica, espiritual e íntima. En Fiesta de la luna, Villa presenta un móvil realizado con maderas recolectadas en la ciudad de Esquel, donde vivió hasta su juventud, y con sahumerios industriales y artesanales ensamblados con la técnica del macramé: Una composición dinámica y libre a partir de las posibilidades que el sahumerio ofrece como estructura, lo que hace del móvil un dibujo flotante.

Beto Antonio Villa (Santa Cruz, 1989) artista multidisciplinar; sus campos de trabajo centrales son la performance, la escritura y el teatro. Es egresado de la carrera de Dramaturgia de la EMAD. Participó en las muestras colectivas Geométrica y barata, Ni plata ni miedo, que los días sean más que todo lo que tenemos y Perfuch 3D, curada por Lolo&Lauti. Agente CIA 2017 y becario del Programa de artistas 2018 de la Universidad Torcuato Di Tella. Director de la colección Gallinero de dramaturgia contemporánea, de Rara Avis editorial. Realizó colaboraciones para revistas y publicaciones de arte. Su último proyecto en artes escénicas fue seleccionado para formar parte de la temporada de estrenos 2020 del TNA Teatro Nacional Cervantes. Obtuvo la beca de creación en Artes Visuales FNA 2019. Es director y curador de Constitución galería, junto con Martín Fernández.

Retrato de Eugenia Calvo en la exposición Adentro no hay más que una morada

El trabajo de Eugenia Calvo es reconocido por la manera en la que se vale de inusuales combinaciones, movimientos o reorganizaciones de objetos domésticos para hacer visibles la fuerza y la fragilidad que dominan en el hogar. Aunque en la obra que presenta en Adentro no hay más que una morada los objetos están en reposo absoluto, la instalación está cargada de la tensión típica de sus espacios, siempre al borde de la revuelta o del colapso. Las partes de una mesa y dos sillas, prolijamente desarmadas, se convierten en cuerpos recostados cuya cabeza es una pantalla por la que desfilan rostros formados con objetos que provienen de ese ámbito familiar, lo que imprime personalidad y sensibilidad a la escena.

Eugenia Calvo (Rosario, 1976) es licenciada en Bellas Artes por la Universidad Nacional de Rosario. En 2018, tras su muestra individual El inicio del movimiento en la Galería Diego Obligado de Rosario, recibió la beca Pollock-Krasner Foundation. Además de realizar numerosas exposiciones individuales y colectivas ‒tanto nacionales como internacionales‒, coordinó el Área de Educación del Museo MACRO. En la actualidad es docente en la Escuela Municipal de Artes Plásticas Manuel Musto de Rosario. Entre otros reconocimientos, obtuvo la beca Gasworks (2005), el Primer Premio arteBA Petrobras (2006), el CIFO Grants and Commission Program (2010), la Mención especial en la Bienal Internacional de Cuenca (2011) y la Beca Pollock Krasner Foundation (2017).

Retrato de Agustina Triquell en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra de Agustina Triquel Todo lugar es el centro del mundo está compuesta por un video, impresiones y fotografías que comparten un mismo imaginario poético y reflexivo sobre los procesos de radicación de las comunidades en el territorio. Los distintos elementos fueron reunidos durante el proceso de afincarse en tierras aisladas de las sierras de Córdoba y vincularse con comunidades aledañas, a las que ofreció participar en talleres de fotografía. Los resultados de explorar la alquimia del proceso fotográfico constituyen una metáfora acerca de las transformaciones y huellas que producen los cuerpos colectivos.

Agustina Triquell (Córdoba, 1983) es artista, investigadora social y editora. Recibió la Beca Bicentenario a la Creación (2016), becas grupales y becas para artistas del interior del Fondo Nacional de las Artes (2010). Ha sido premiada por diferentes instituciones del país y ha expuesto en Argentina, Irlanda, Uruguay, Chile y Paraguay. Desde 2015 dirige la editorial Asunción, con Alejandra González, y desde 2011 es parte del Programa de Ciudadanía y Derechos Humanos del Instituto de Desarrollo Económico y Social.

Retrato de Blas Aparecido en la exposición Adentro no hay más que una morada

La serie “Altares portables” de Blas Aparecido está compuesta por prendas que llevan bordadas imágenes devocionales que provienen de lo que el artista llama un “frenesí de credos”. Figuras sagradas y paganas que convocan la presencia de la Virgen de Itatí, el Gauchito Gil o Gilda conviven con un sinnúmero de otros símbolos y adornos creando una suerte de escudos con los que protegerse de las miserias y expresar la fe. Lentejuelas, bordados, perlas de fantasía, canutillos o dijes se combinan con objetos personales o encontrados y se exhiben junto a fragmentos de oraciones, poemas o pensamientos. Estos materiales y referencias, en su diversidad, son cosidos a mano por Aparecido, para quien el proceso de bordado constituye también un tiempo de entrega. En la reunión de esos elementos inscribe deseos y promesas que transforman las prendas y accesorios que llevamos en “torres de energía cósmica”, construidas a partir de un credo auténtico y personal.

Blas Aparecido (Corrientes, 1976) licenciado en Publicidad y Comunicaciones Estratégicas, Diseñador Gráfico y Publicitario. En 2013 comenzó a hacer intervenciones artísticas en escenarios no convencionales, tanto en el espacio público como privado. En ellas abordó la espiritualidad, la religiosidad, la diversidad de la fe, la acción ritual del sincretismo religioso y sus manifestaciones en la práctica artística. Trabajó como asistente de Santiago Bengolea para el proyecto Red Galería, entre otras actividades. Ha participado en muestras individuales y colectivas en el ámbito regional y nacional. Actualmente trabaja en gestión cultural como coordinador del espacio El Quiosquito, en la ciudad de Resistencia, Chaco.

Retrato de Soledad Dahbar en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra Manifestación, de Soledad Dahbar, compuesta por la repetición y el agrupamiento de círculos, cuadrados y triángulos adosados a un listón de madera, configuran un conjunto de pancartas en reposo, en el que se unen el activismo artístico con el político. La proporción de los colores del cobre, la plata y el oro representa los porcentajes del contenido de estos minerales contenidos en el suelo y las montañas del noroeste Noroeste argentino, que están siendoson actualmente explotados por la megaminería. El orden de las pancartas dibuja un horizonte y una silueta de montañas polícromas, en alusión a los metales extraídos del paisaje salteño, que se recomponen en su estado original en la tierra.

Soledad Dahbar (Salta, 1976) cursa la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas en la Universidad Nacional de Avellaneda. Desde 2015 dirige el proyecto de artes visuales La Arte. En 2021 fue seleccionada para el Salón Nacional de Artes Visuales, Premio 8M y Premio Fortabat. Recibió distinciones en el Premio Fundación Andreani (2013) y en el XXXI Salón Provincial de Salta (2012), entre otras. En 2021 se le otorgó el Fondo Metropolitano y Mecenazgo y, en 2019, la Beca Creación del Fondo Nacional de las Artes y la Beca Plataforma Futuro del Ministerio de Cultura de la Nación. Entre los proyectos colaborativos que coordinó, se destacan Tierra suelta (Cachi, Salta, 2017), con Andrea Fernández; Residencia Puente Campamento Vespucio (Gral. Mosconi, Salta, 2016), con Santiago Gasquet; Residencia telúrica II (San Carlos, Salta, 2013) y 5 intenciones y 1 defecto (2012). Coordinó, junto a las artistas Ana Benedetti y Roxana Ramos, el proyecto La Guarda (Salta, 2006-2009).

Retrato de Carlos Aguirre en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra de Carlos Aguirre está compuesta por un universo material de las más diversas procedencias: papeles, cajas, metales, ramas o alambres se integran en sus pinturas y esculturas, junto con otros elementos de mayor legitimación artística como pintura acrílica, yeso o mármol. Los materiales responden a un particular modo de coleccionismo, estimulado por la atención a la belleza de lo simple y a una práctica incesante que se despliega entre el hallazgo, el atesoramiento y el reordenamiento. Dominados por una energía creativa y lúdica, los materiales participantes dejan su función útil y se constituyen como forma y color en un nuevo orden plástico que realza el carácter único del objeto y descubre su belleza atemporal.

Carlos Aguirre (Santa Fe, 1981) es Diseñador Gráfico por la Escuela Superior de Diseño de Rosario. Transitó la carrera de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Se formó con artistas como Claudia del Río, Marcia Schvartz y Carlos Herrera, entre otros. Fue becado en varias ocasiones por el Fondo Nacional de las Artes y por el Ministerio de Cultura de la Nación para instancias de formación y desarrollo de proyectos, y fue seleccionado para diferentes salones y certámenes del país y del extranjero. En el 2017 realizó una residencia artística en la ciudad de Treviso, Italia. Expuso su obra en espacios y galerías de Rosario, Buenos Aires, Santa Fe y diferentes ciudades de Italia.

Retrato de Florencia Palacios en la exposición Adentro no hay más que una morada

El conjunto de piedras recogidas de la orilla de la laguna Setúbal, en la ciudad de Santa Fe, sirve como soporte de una serie de dibujos que la artista realizó a través de una talla laboriosa y artesanal. Fácilmente reconocibles, los íconos son tomados de los emojis digitales que se utilizan en las redes sociales como reemplazo o anclaje de la palabra. En esas tallas, los emojis se muestran, solos o agrupados, para comunicar mensajes simples, estados de ánimo o momentos del día registrados durante el tiempo de aislamiento generado por la pandemia durante el 2020. Las piedras, reagrupadas de maneras diversas, articulan relatos de una experiencia personal y colectiva, concebidos como resonancias provenientes de un pasado impreciso o como mensajes dirigidos a un futuro remoto.

Florencia Palacios (Santa Fe, 1994) es egresada de la Tecnicatura Superior en Artes Audiovisuales en el Instituto Superior de Cine y Artes Audiovisuales “Fernando Birri”, Santa Fe. Continuó su formación en clínicas y talleres como el “Taller de análisis, producción y acompañamiento de proyectos artísticos”, coordinado por Cintia Clara Romero y Maximiliano Peralta, y “PALA”, Programa de formación para artistas de galería LAVA, coordinado por Nancy Rojas. En 2016 participó de la Residencia de arte contemporáneo “El Pasaje”, en Tafí del Valle, y de la Residencia de la “Bienal de la Imagen en Movimiento 2016” en el Centro Cultural Recoleta. Realizó las exposiciones Paisaje sintético, con la colaboración de Renata Zas, en Garra, Resistencia (2019); Futuro fortuito, con curaduría de Julio César Estravis, en el Centro Cultural Matienzo, Buenos Aires (2019) y Lo último que se pierde es la conexión, en el Museo de Arte Contemporáneo de la UNL, Santa Fe (2018). Ha participado en exposiciones colectivas en las ciudades argentinas de Rafaela, Santa Fe, Buenos Aires, y en Madrid, España, y Kristiansand, Noruega.

Retrato de Florencia Sadir en la exposición Adentro no hay más que una morada

El trabajo de Florencia Sadir se desarrolla en intenso diálogo con los saberes que la comunidad del lugar donde vive ha desarrollado sobre el cultivo de la tierra y la producción de objetos y artesanías. Sus esculturas e instalaciones reducen estos objetos y saberes a formas básicas. Se apropia de las estrategias formales del minimalismo y las saca de su funcionalidad para crear composiciones de apariencia clásica o formalista, que dejan en evidencia su estructura y riqueza originales.
Muchas de sus obras combinan formas puras con representaciones figurativas a partir del vínculo con la tierra. Los alimentos, las cerámicas o los objetos de uso doméstico, dispuestos sobre la tierra, componen un orden esencial que se presenta como un gesto de agradecimiento y ofrenda.

Florencia Sadir (Salta, 1991) estudió la Licenciatura en Artes Plásticas en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. En 2015 cofundó y codirigió el proyecto expositivo Lateral, en Tucumán. En 2020 participó del Programa de Artistas en la Universidad Torcuato Di Tella. Obtuvo la beca Roberts para realizar el programa de estudios de la Escuela Flora Ars+Natura, durante 2019, en la ciudad de Bogotá (Colombia) y la Beca de Creación 2019 del Fondo Nacional de las Artes. Fue finalista del Premio Azcuy (2020), ganadora del premio RADAR visuales (2017), del Centro Cultural Recoleta, y ganadora del Premio Ópera Prima (2016). Participó de las Residencias URRA, en Tigre (2017), y Curadora Residencia, en Santa Fe (2016).

Retrato de Erik Arazi en la exposición Adentro no hay más que una morada

Los dibujos de Erik Arazi surgen del impulso de canalizar su energía, sus pensamientos y sus estados de conciencia. En su interior, el artista siente que se mueve “como un atleta”, y este conjunto de dibujos titulado Sistema nervioso central, realizados con lápices, marcadores y borra de café, reconstruye la geometría imprecisa de los circuitos por los que corre la energía que los atraviesa. Los dibujos, que arman en esta ocasión la silueta de dos cuerpos humanos, pueden adoptar múltiples configuraciones internas: el diagrama de un orden meditativo, la representación del modo en que el artista percibe su fluir interior, o la inscripción de un vínculo de la conciencia con formas absolutas.

Erik Arazi (Buenos Aires, 1990) estudió con el artista Eduardo Navarro. En 2015 participó del taller Cuaderno de apuntes, dictado por Andrés Di Tella en la Universidad Torcuato Di Tella; en 2016, del programa de artistas Proyecto PAC y, en 2018, formó parte de Artistas x Artistas, en Fundación el Mirador, donde realizó una clínica con Tomás Espina y Florencia Rodríguez Giles. En 2019 resultó ganador en la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires para realizar una exposición individual en el Centro Cultural Recoleta, con las tutorías de Alejandra Aguado, Pablo Siquier y Juliana Iriart. Sus trabajos fueron exhibidos en el premio del Fondo Nacional de las Artes (2020), el XXIII Premio Klemm (2019), el Premio UADE de Artes Visuales (2019 y 2020), la Bienal de Rafaela (2019), el Salón Nacional de Artes Visuales (2018), el Premio Proyecto A (2013 y 2017) y el Salón Nacional de Artes Visuales de Tucumán (2017), entre otros.

Retrato de Dana Ferrari en la exposición Adentro no hay más que una morada

Los personajes que conforman la serie de “Los mareados” son cuerpos desarticulados, rellenos de una variedad de materiales de descarte, fundamentalmente blandos, que pueden usarse como apoyos sobre los cuales recostarse. Si bien sus rostros desesperados y sus cuerpos agotados, su función es estimular un vínculo de cuidado. Así se los usó durante un largo período de 2020, durante el cual Ferrari los ofreció en adopción a distintos tutores. Como objetos de compañía, sus formas convocan al descanso. A la vez, la dinámica de adopciones a partir de la cual circulan estas obras y la construcción de un catálogo de experiencias personales que los tutores tejen en su relación con ellas las alejan de la lógica de compra y venta de objetos artísticos.

Dana Ferrari (Buenos Aires, 1988) estudió Escenografía en la Universidad Nacional de las Artes y Caracterización en el Instituto Superior de Arte Teatro Colón, mientras asistió a talleres de realización escenográfica. Desde el 2012 participó en clínicas de análisis de obra, y en los programas Beca Fondo Nacional de las Artes – CC Haroldo Conti, el Laboratorio de Cine y el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Desde 2016 asiste al taller de la artista Diana Aisenberg. Sus principales exposiciones fueron: Diana, en la galería Isla Flotante (2013), y El divismo y lo divino (Naranja Verde, 2014; Munar, 2018) –ambas con formato de performance-instalación–, y la muestra La época de los perros flacos, en galería Quimera (2018). Actualmente forma parte del grupo La Baranda y, desde 2014, desarrolla RICAS Estudio, proyecto comercial y colectivo artístico junto a Clara Campagnola, dedicado a ambientaciones artísticas y realizaciones escenográficas.

Retrato de Francisco Vázquez Murillo en la exposición Adentro no hay más que una morada

A modo de objetos arqueológicos, Francisco Vázquez Murillo produjo el ensamble de una serie de varillas de hierro y escombros erosionados recogidos en la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires. Derivadas de su proyecto Cruzar el río, de 2020 ‒una instalación compuesta de piezas similares, pero de gran escala que, dispuestas en un terreno costero, se asemejaban a menhires‒, las piezas de Erosión reflexionan sobre lo que el artista llama “un gesto arquetípico y constructivo mínimo”, “la verticalidad como el espacio donde se habita y se elabora la cultura” y sobre nuestra permanente intención de construir sentido, a partir de la similitud que tienen con los signos de un alfabeto. Como expresión del peso y la fijación del acto de habitar, pero nacidas del deambular del artista por su localidad al acecho de formas sutiles, sus obras proponen meditar sobre las consecuencias de nuestros modos de estar, centrados en el encuentro y la dialéctica entre el detenimiento y la exploración, el sedentarismo y el nomadismo.

Francisco Vázquez Murillo (Santa Fe, 1980) estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario. Recibió la Beca Creación en 2019 para la realización de la muestra Los movimientos alrededor del sol. En 2016 formó parte del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella y, en 2015, recibió la beca FNA – CONTI. Realizó talleres y clínicas de obra con Diana Aisenberg, Silvia Gurfein, Mónica Giron, Santiago Villanueva, Graciela Speranza, Leticia Obeid, Diego Bianchi y Santiago García Navarro, entre otros. Realizó proyectos e investigaciones en las residencias Kaus Australis (Rotterdam, Países Bajos), RSDNART – Kankabal (Yucatán, México), Nido Errante (en su edición de El Chaltén, Argentina), Marble House Project (Vermont, Estados Unidos), Swatch Art Peace Hotel Artist Residency (Shanghái, China) y Monson Arts (Maine, Estados Unidos). Ha realizado exhibiciones individuales en la Argentina, México, los Países Bajos, China y Estados Unidos.

Retrato de Florencia Vallejos en la exposición Adentro no hay más que una morada

En la obra de Florencia Vallejos, la tecnología de uso personal cobra vida propia y manifiesta su dimensión sensible. Mis documentos muestra el escritorio de una computadora en la que se abren carpetas de archivos de manera automática, descubriendo sutilmente la presencia de una subjetividad. El video combina palabras que proponen un diálogo sobre la imagen cenital de un desierto que cubre el fondo. A estos elementos se suma el movimiento hipnótico de una forma orgánica, a la vez blanda y mecánica, que se combina con una melodía adormecedora. La obra muestra entonces la tensión entre un paisaje que ofrece una pausa a los estímulos desenfrenados de las pantallas y la aparición automática de una secuencia de signos y formas que, a su vez, deja la duda sobre si es la acción humana o la de la máquina la que controla las imágenes y los archivos digitales.

Florencia Vallejos (Buenos Aires, 1993) licenciada en Artes Audiovisuales en la Universidad Nacional de las Artes, es cofundadora del colectivo CORAL y la galería La Baranda. En 2018 fue seleccionada en el programa de artistas del Centro de Investigaciones Artísticas, a cargo de Roberto Jacoby. Ha expuesto sus piezas de video en diferentes festivales de la Argentina, España, México, Uruguay, los Estados Unidos y Canadá. En 2019 recibió el primer premio en el Festival Patio de Salvataje, en el Centro Cultural Recoleta, y, en 2021, la segunda mención de honor en la convocatoria Nuevas Normalidades, de Bunge y Born. En sus proyectos colectivos recibió el premio Mejor Corto Documental en Fiver Dance, España, y Segundo Premio en el LAB Festival Internacional de Videodanza con el cortometraje «Territorios«.

Retrato de María Guerrieri en la exposición Adentro no hay más que una morada

En las obras de María Guerrieri, una multiplicidad de rectángulos –realizados con trazos simples, pero precisos, de gouache color ladrillo– convierte estas figuras en la unidad mínima constructiva, independizada de la representación del ideal arquitectónico –rígido y estable–, y edifica formas dominadas por una fuerza liberadora y fantástica, adquirida en el plano del papel. En sus numerosas configuraciones, los rectángulos construyen cuerpos erguidos que caminan u organismos que se contraen y se expanden según los inspiren la dimensión y la forma de la superficie sobre la que se los pinta. Trazados sin un plan previo, pero construidos ladrillo por ladrillo, tal como si se pronunciara un mantra, estos dibujos son para Guerrieri un modo de “cortar el peso de lo eterno y predecible que se siente que tiene todo lo conocido”. Mientras sus imágenes desdibujan el límite entre la representación de las personas y las cosas, así como entre la de las personas y las casas, también permiten imaginar las construcciones como cuerpos vivos, dotados de creatividad e ímpetu, capaces de dar refugio a la imaginación para que se despliegue sin límites.

María Guerrieri (Buenos Aires, 1973) estudió pintura y grabado en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”. Fue seleccionada para participar en el Programa de Artistas en la Universidad Torcuato Di Tella (2012). Recibió la Beca Bicentenario a la Creación del Fondo Nacional de las Artes (2016). Desde el año 2000 realizó varias exposiciones individuales y colectivas en espacios gestionados por artistas, galerías e instituciones en la Argentina y el exterior. Se destacan, entre ellas, el museo Macro, Malba, Centro Cultural Recoleta, Fundación Telefónica, Fondo Nacional de las Artes, Diverse Works, Espacio Duplus, Belleza y Felicidad, Appetite, Braga Menéndez, Ruby, Mite, Slyzmud, Club Editorial Río Paraná, El Bucle y Selvanegra. En 2016 publicó el libro Fuente de chocolate, libro de poemas, cuentos y dibujos, editado por Iván Rosado. Ha colaborado en publicaciones sobre arte en revistas como Segunda época y El suelo.

Retrato de Gonzalo Beccar Varela en la exposición Adentro no hay más que una morada

El conjunto de pinturas de Gonzalo Beccar Varela reelabora la relación histórica que la pintura ha mantenido con la mirada como una experiencia a distancia. A contrapelo de esa tradición, cada una de las piezas se proyecta más hacia el encuentro con el cuerpo del espectador que como mera superficie para ser vista, aunque no deje de incluir esa dimensión. Propone, además, una relación con los sentidos alejada de las posibilidades convencionales ofrecidas por la pintura. Al incorporar la escucha y el tacto como dimensiones que elaboran nuevos rituales sobre la obra, la pintura se vuelve una posibilidad de reconocimiento del cuerpo del propio artista, como matriz real y simbólica para la elaboración de las obras. Una plegaria, una alianza, la escucha de un susurro o la mirada entreabierta permiten imaginar la pintura más como objeto de devoción que de contemplación.

Gonzalo Beccar Varela (Buenos Aires, 1983) entre los años 2001 y 2009 transitó las carreras de Arquitectura en la FADU-UBA y de Bellas Artes en la Universidad Nacional de las Artes. En 2007 participó de talleres en The Art Student League, Nueva York, y fue alumno en la Fundación Guillermo Roux entre 2003 y 2006. En 2014 participó de los talleres a cargo de Karina Peisajovich y Matías Duville, en la Universidad Torcuato Di Tella. Ese mismo año asistió a la clínica Cazadores de arte, a cargo de Alejandra Roux, Fabiana Barreda y Sergio Bazán y, entre 2015 y 2016, a Cosmos, clínica de obra a cargo de Daniel Joglar y Bruno Gruppalli. En 2017 fue seleccionado y becado en el Proyecto Yungas, edición Tigre, a cargo de Raúl Flores y, en 2020, participó del taller “El texto de la obra”, a cargo de Silvia Gurfein. En 2018 realizó Es otra cosa, su primera muestra individual, en Galería Acéfala de Buenos Aires. Desde 2015 es Coordinador General de María Casado Home Gallery.

Retrato de Lucrecia Lionti en la exposición Adentro no hay más que una morada

En su obra Calendario abstracto, Lucrecia Lionti se apropia del ritmo del tiempo prolongado de la pandemia mediante un sistema personal de marcas. Olvidada la referencia convencional de los meses y los días vacíos de actividad, en las grillas del calendario se suceden líneas verticales y diagonales sin variación que la artista cosió con dedicación amorosa. Con un pie en la tradición del arte minimalista y conceptual, muchas veces con formas reconocibles del arte abstracto moderno, Lionti sensibiliza esa producción con la incorporación de la costura, un lenguaje constructivo aprendido en el ámbito familiar femenino, que depende de la fuerza y del ejercicio paciente del cuerpo. Así, incorpora el ritmo vital como medida natural del trabajo.

Lucrecia Lionti (Tucumán, 1985) licenciada en Artes Plásticas por la Universidad Nacional del Tucumán, continuó sus estudios en el Programa de Artistas, a través de la Beca YPF (2010) y en el Laboratorio de Cine de la Universidad Torcuato Di Tella (2012). Obtuvo las becas Residencia CHELA (2019), BecAR Residencia en EAC, de Uruguay (2019), FNA Creación (2018), Residencia El Ranchito/Matadero, de Madrid (2017), Centro Cultural Haroldo Conti (2016) y Alec Oxenford, en París (2014). Fue distinguida con el Premio Estímulo Salón de Mayo, Museo Rosa Galisteo (Santa Fe, 2019) y el Primer premio MUNT (Tucumán, 2018). Ha expuesto en diferentes ciudades de la Argentina, además de en Montevideo, San Pablo, París y Madrid, entre otras. Su obra forma parte de colecciones públicas y privadas, como la del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, y la de Le 19, CRAC – Centre Régional d’Art Contemporain de Montbéliard.

Retrato de Daniela Rodi en la exposición Adentro no hay más que una morada

El conjunto de carteles blandos realizados por Daniela Rodi reúne frases que ella reescribe y exprime hasta dejarlas en estado de apertura. Así le da al lenguaje la posibilidad de no acabarse nunca, de extender generosamente su capacidad de decir y de ser interpretado. Las obras surgen, como dice la artista, “de un proceso que se inicia con la escucha”. Mensajes dichos en voz alta, palabras ajenas que fueron escritas, grabadas o subrayadas en textos encontrados o compartidos, son reciclados y llevados a soportes y contextos distintos de los originales, en los que se busca potenciar aquello que pudieron haber expresado en un comienzo, para que hablen de otros modos una y otra vez. Desde humildes pasacalles, las frases disparan imágenes que van al acecho del más allá y buscan construir un ecosistema de ideas nuevas que, según Rodi, “ya no salen de mí, sino que son atraídas por esas frases colgadas u ondulantes”.

Daniela Rodi (La Pampa, 1980) estudió Museología en la Escuela Municipal de Bellas Artes de General Pico, La Pampa, y Artes en el Instituto Provincial de Bellas Artes de Santa Rosa, La Pampa. Ha recibido becas y premios del Fondo Nacional de las Artes y la Fundación Williams para realizar clínicas, residencias y programas de formación con artistas como Jorge González Perrín, Claudia del Río, Gabriel Valansi, Lucas Di Pascuale y Soledad Sánchez Goldar. Fue becada por instituciones como el Instituto Nacional del Teatro y la Fundación TyPA para realizar estudios sobre dramaturgia del espacio y gestión de museos. Fundó y codirigió la galería de arte contemporáneo Vermú (2015-2017), en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa. Desempeñó cargos en áreas de museología y educación en la Casa Museo Olga Orozco (2004-2015), espacio que dirigió entre 2016 y 2020 y donde desarrolló proyectos como “Programa La Casa Ambulante”, premiado por Ibermuseos en 2018. En 2020 funda y codirige la editorial La Ballesta Magnífica. Trabaja de manera independiente en proyectos de gestión cultural desde 2009.

Retrato de Federico Roldán Vukonich en la exposición Adentro no hay más que una morada

Este conjunto de piezas realizadas durante 2020 responde a un momento específico en el que el confinamiento limitaba la disponibilidad de materiales e impulsaba una tendencia a trabajar con elementos sencillos y en formatos pequeños. En una apuesta por convocar el poder de los símbolos eternos, el artista concibe estas piezas como el traspaso de ideas abstractas sobre el amor a signos grabados en pasta de papel, que resulta ser una superficie tan resistente y noble como la piedra. Las espirales, letras y marcas, trazadas en órdenes siempre simétricos, codifican un encuentro preciso con el espacio íntimo, emocional y territorial en el que el artista produce.

Federico Roldán Vukonich (Entre Ríos, 1993) licenciado en Artes Visuales por la Universidad Nacional de las Artes. Durante 2018 participó en el programa Artistas x Artistas, organizado por Fundación El Mirador, donde realizó clínica de obra con Florencia Rodríguez Giles, Tomás Espina y Pablo Siquier. Obtuvo el segundo premio en escultura en el Salón Provincial de Entre Ríos, en 2019. Ha participado en varios premios, entre ellos: Salón Provincial de Entre Ríos (2018-2012), Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2017), Premio Proyecto A (2017), Salón Nacional de Artes Visuales Palais de Glace (2016), Bienal de Arte Joven de Santa Fe (2014-2016). Durante 2018 participó de la residencia del Museo de la Cárcova de Buenos Aires y, en 2019, de Comunitaria –residencia internacional de arte contemporáneo y procesos sociales–, en Lincoln, Buenos Aires. Entre sus proyectos individuales se destacan Pobre duende, en Galería Quimera (2019), Teorías de la comunicación, en Museo de la Cárcova (2018), ¿Qué es el arte?, en Fundación El Mirador (2018) y De mis lágrimas brotará un río, en la Usina del Arte (2017).

Retrato de Benjamín Felice en la exposición Adentro no hay más que una morada

Las imágenes presentes en las obras de Benjamín Felice se inspiran en diagramas de publicaciones científicas –sobre la hipergeometría y el campo magnético terrestre–, que él interviene, limpia, deforma y combina con símbolos y guiños personalísimos para dar a las piezas una cualidad hermética. Hiperboloides, conos, perspectivas de cuerpos geométricos aparecen como resultado del ejercicio plástico que implica ir tallándolos con fuerza sobre una superficie de parafina: un proceso que entrelaza el gesto psíquico con los modos de representación matemática y recarga de energía experimental y esotérica el estudio de los fenómenos físicos. Evocando la cualidad de un viejo manuscrito, las obras de Felice exploran la naturaleza mágica de las imágenes, que, en este caso, aparecen lentamente a partir de una primera acción de grabado y solo terminan de manifestarse cuando el polvo y la tierra son arrojados sobre la superficie y penetran en las marcas dejadas por el artista sobre el material casi transparente.

Benjamín Felice (Tucumán, 1990) Técnico en Dirección de Fotografía y Licenciado en Cinematografía por la Universidad Nacional de Tucumán. Además, estudió programación para artistas en Fundación Telefónica. Participó en el proyecto “Prácticas artísticas y culturas digitales, Tecnologías convergentes y contenidos divergentes en las artes electrónicas”, en el Centro de Investigación de la UNT, y en “Boca de fuego”, en Munar Arte, coordinado por Carlos Herrera. Como productor musical y músico independiente, participa de los sellos ABYSS (Buenos Aires) y Memory Number 36 (California). En 2016 recibió la Beca Bicentenario del Fondo Nacional de las Artes y, en 2017, formó parte del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Participó en clínicas con Verónica Gómez, Eduardo Stupía, Eduardo Basualdo, Lux Linder y Rafael Cippolini. Realizó muestras individuales y colectivas en Miranda Bosch Gallery, Centro Cultural Virla, Piedras Galería, Panal, El Rancho Relámpago, Casa del Bicentenario, Bienal de Arte Joven y Espacio La Sala. Participó de la residencia “La ira de Dios”. Colaboró con el grupo “La Onion” y con “Proyecto Tetra” para Plataforma Futuro. Actualmente dirige Ohno Galería.

Retrato de Nina Kovensky en la exposición Adentro no hay más que una morada

En el trabajo de Nina Kovensky, la tecnología opera como un dispositivo mágico que crea funcionalidades nuevas para los dispositivos de comunicación. La apariencia abstracta de Pulmón de manzana, compuesta por una colección de espejos rectangulares, reelabora la vista nocturna desde la ventana de cualquier edificio de una ciudad. Espacios íntimos, cercanos y lejanos al mismo tiempo, reunidos en un mapa de señales. Además, cada espejo contiene una serie de dibujos tallados de imágenes sintéticas que van desde un organismo celular a una fruta o una constelación de estrellas. Las fotografías agrupadas bajo el título “Selfins”, forman parte de una serie en constante crecimiento, que reúne retratos del círculo afectivo de la artista. Los rostros se proyectan y se transforman como una señal de luz al ser reflejados en pequeños espejos redondos que cada persona sostiene con sus propias manos, como si intentase resguardar su identidad.

Nina Kovensky (Buenos Aires, 1993) realizó sus estudios en la Beca Proyectarte, dirigida por Eva Grinstein (2011), en el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2017) y en la clínica de obra con Aníbal Buede (2016). Presentó su primera muestra individual, Mi primer trabajo, mi primera muestra, en la galería Isla Flotante, Buenos Aires (2011), donde también realizó la muestra Klapaucius:;:;:; (2014), curada por 141 personas. En 2016 llevó a cabo la exposición Equilibrio inestable junto a su padre, el artista Martín Kovensky; en 2018, Realidad disminuida y, en 2020, Ojo de cabra, ambas en la galería El Gran Vidrio (Córdoba). En 2017 obtuvo una beca del Fondo Nacional de las Artes para filmar el documental Que aparezca Maresca, con la ayuda de Mic Ritacco.

Retrato de Lucía Reissig y Bernardo Zabalaga en la exposición Adentro no hay más que una morada

Interesados en comprender cómo puede cuidarse lo invisible, Lucía Reissig y Bernardo Zabalaga buscan maneras de ofrecer servicios integrales para la limpieza de las superficies y las energías. Sus procesos de intervención combinan métodos propios desarrollados a lo largo de sus trayectorias como artistas, la experiencia que han ganado en sus otras actividades y una investigación sobre prácticas ceremoniales de diversas culturas. Con el deseo de colaborar con el bienestar de las obras en comunión con la sala y los artistas participantes, pusieron en práctica una obra integrada por una serie de rituales realizados antes de la apertura de la exposición. Uno de los elementos-testigos de este trabajo fue un talismán que se ubicó en el interior de la sala para protegerla con su presencia.

La colaboración entre Lucía Reissig (Buenos Aires, 1994) y Bernardo Zabalaga (Bolivia, 1978) comenzó en 2018. A partir de preguntarse cómo transmitir sus prácticas individuales, Lucía limpiaba casas y Bernardo las sahumaba; así comenzaron a realizar diferentes acciones para ofrecer un servicio integral que combina la limpieza doméstica con la energética. Lucía Reissig estudió Arte en la Universidad de las Artes y, en 2017, formó parte del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. En 2018 ganó el Premio Beca Joven del Premio Artes Visuales Kenneth Kemble. Realizó exposiciones individuales, como Fight or Fly, Ray Gallery, Brooklyn (2016), y El trabajo invisible, en Selvanegra Galería (2018), participaciones colectivas en Extraña posesión, lugar a dudas, Colombia (2018), Negra, en Munar (2019) y Bombastik, en Nora Fisch Galería (2021). Bernardo Zabalaga es Licenciado en Comunicación Social de la UCB/Bolivia y en Actuación de la Escuela Superior de Teatro e Cinema, Lisboa. Realizó el Master en Práctica de Teatro Avanzada, Central School of Speech and Drama, Londres. En 2017 realizó el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Participó de la residencia URRA en 2014, en Buenos Aires, y de Kiosko, en Santa Cruz, Bolivia. Su primera exposición individual tuvo lugar en la galería Manzana Uno, en 2016.

Retrato de Denise Groesman en la exposición Adentro no hay más que una morada

El beneno de la belleza es una escultura devenida en “cohete / árbol / ducha sonora / sonajero loco / chaperío / hornito / sahumador”, “una cabina espacial, un lugar donde permanecer y pedir deseos, donde quemar laurel”, por momentos amenazante pero también lúdica. Así describe Denise Groesman esta estructura de hojalata realizada con latas de tomate desechadas que, modificadas por la artista –que las limpia, cose, martilla, ablanda y hace brillar–, aportan su estructura maleable y reutilizable para componer un espacio habitable, sonoro y resplandeciente. El título –tomado de un poema del autor brasileño Douglas Diegues, reconocido por el uso de una lengua exuberante que surge de la contaminación del portugués, el español y el guaraní– expresa esta idea de fusión encarnada en la obra, cuya forma busca convertirse en un símbolo múltiple, a la vez distópico y prometedor.

Denise Groesman (Buenos Aires, 1989) cursó la Licenciatura en Artes Visuales en la Universidad Nacional de las Artes. Se formó en el taller de dibujo, pintura y análisis de obra de Gabriel Baggio. Fue becaria del programa para artistas del Centro Cultural Haroldo Conti en 2013 y, en el 2016, participó del Programa de artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. En 2015 asistió al taller Cuaderno de apuntes, en UTDT, dictado por Andrés Di Tella y, en 2016, realizó una colaboración con Agustina Muñoz en Das Arts – Ámsterdam para la creación de la obra Las piedras. En 2018 participó en la residencia URRA en Tigre, Buenos Aires. En 2019 fue becaria del Laboratorio de acción en el teatro San Martín, Buenos Aires. Formó parte, como artista residente, en el festival internacional de teatro Belluard Bollwerk (Friburgo, Suiza) y en Providenza Lab (arte y permacultura), en la isla de Córcega (Francia). Participó de varias exhibiciones grupales y ferias en la Argentina, Chile y los Estados Unidos, entre las que se destacan: Una historia de la imaginación en la Argentina, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2019) y Mostro, en La Fábrica (2017).

Retrato de Matías Tomás en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra de Matías Tomás nace de un irrefrenable impulso gráfico. Arrebatados y sueltos, sus trazos de ferrite exploran la capacidad expresiva de la línea, con la que construye un universo plástico casi monocromo. Este espacio incluye desde figuras abstractas de extrema vitalidad hasta imágenes de cuerpos o de fragmentos de cuerpos que van de lo caricaturesco a cierta melancolía existencial. La obra de gran formato incluida en la exhibición fue realizada en un tiempo de intensa comunión con los alrededores naturales de la localidad de Tafí Viejo, Tucumán, donde el artista vive, cuando el paisaje ganó nuevo protagonismo dentro de su obra. Realizada con velocidad y en fragmentos, la obra está compuesta por líneas que se descargaron sobre el papel luego de largas caminatas por la yunga tucumana. Es así que cobra vida como algo exterior e interior, y señala cuán allegados se encuentran el cuerpo y su entorno.

Matías Tomás (Tucumán, 1990) egresó de la escuela de Bellas Artes y Artes Decorativas e Industriales “Maestro Atilio Terragni”, de la Universidad Nacional de Tucumán. Desde sus comienzos se especializa en grabado y artes gráficas. Asistió a María Rossini en su taller particular y dictó cursos de arte impreso y cianotipo. Formó parte del espacio “El Rancho”, galería de arte, con participación en ArteBA 2013. Expuso en muestras colectivas, entre ellas: La cueva en la roca (2015), gracias a una beca del Fondo Nacional de las Artes y, en 2017, realizó una muestra individual en Big Sur Galería. En 2016 fue becario del Programa para artistas de CIA – Centro de Investigaciones Artísticas.

Retrato de Juan Gugger en la exposición Adentro no hay más que una morada

Con el deseo de cuestionar lo que él llama la “performance del vivir”, en el conjunto de videos titulado 2020-2021 Juan Gugger yuxtapone imágenes que registran un detenimiento casi absoluto con sonidos naturales y ruido ambiente. Muchos de ellos hacen referencia a las demandas impuestas por la tecnología y por las expectativas de movimiento, información y producción del modo de vida actual. Obsesionado con la pasividad de las piedras y con el estudio de las trovants –únicas rocas que crecen y se reproducen, descubiertas en Costesti, Rumania, y consideradas “formas de vida inorgánicas”–, propone la contemplación de estos instantes como una forma de penetrar la quietud. Forzando la característica primaria del video –la de ser imagen en movimiento–, las tomas parecen siempre inmóviles, intervenidas con aparentes fallas de funcionamiento o errores de edición. Con estas estrategias, la obra invoca el poder totémico de las formas naturales –aunque algunas de ellas no lo sean–, como primeros monumentos que se han insertado en la vida bajo la forma del memorial, de la escultura o, incluso, de la arquitectura.

Juan Gugger (Córdoba, 1986) estudió en la Universidad Nacional de Córdoba, en el Centro de Investigaciones Artísticas y en la Universidad Torcuato Di Tella. Su trabajo ha sido exhibido en instituciones y espacios tales como Espace Voltaire (París, 2021), Plateforme (París, 2021), Koganecho Art Center (Yokohama, 2020), Fondation Fiminco (Romainville, 2020), Cité Internationale des Arts (París, 2019), Monet Museum Gardens (Giverny, 2019), MACBA (Buenos Aires, 2019), CCK (Buenos Aires, 2019), NN Galería (La Plata, 2018), Sala de Proyectos (Bogotá, 2017), Macro (Rosario, 2016), Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2015) y el Museu de Arte Contemporânea do Rio Grande do Sul (2014). Entre los premios y distinciones que ha recibido en los últimos años se destacan el de Terra Foundation Fellowship (Chicago, 2019), 69e édition Jeune Création (París, 2019), Láureat Cité Internationale des Arts (París, 2019), Premio Kenneth Kemble (Buenos Aires, 2017), Beca Roberts (Bogotá, 2017), Beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes (2016), Premio Proyecto a Desarrollar de la IV Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2015) y Beca Oxenford (Buenos Aires, 2014).

Retrato de Carolina Fusilier en la exposición Adentro no hay más que una morada

En las obras de la serie “Ucronías de habitaciones totémicas”, siluetas de pequeñas figuras arqueológicas exhiben paisajes y arquitecturas en su interior. De esta manera, figuras sólidas se abren para ser reimaginadas como contenedores de otros universos y construcciones: se vuelven transparentes para dejar ver nuevos lugares y así ser más grandes que ellas mismas pero que, al mismo tiempo, caben en sí mismas. Las obras están hechas de la combinación de imágenes recortadas de páginas de revistas de arqueología –nos deja solo con el motivo principal, su silueta y su sombra– y acuarelas que completan y se acomodan a esos cuerpos fantasmas, difuminados por completo. Interesada en el potencial simbólico y formal del fragmento constructivo, la artista continúa en esta serie su investigación sobre las culturas que conciben las casas como cuerpos o como extensiones de ellos y, en particular, sobre las “arquitecturas parlantes”: un tipo de arquitectura utópica desarrollada en el período neoclásico francés según la cual la forma de cada construcción debía revelar su función.

Carolina Fusilier (Buenos Aires, 1985) egresada de la Universidad del Cine en Buenos Aires, en 2011, realizó el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella, entre 2016 y 2017. Participó de Soma, en Ciudad de México, y de la Academia de Düsseldorf durante 2018 y 2019. Recibió la Beca de Pollock-Krasner Foundation (2019-2020) y la beca de apoyo de Fundación Jumex de México para realizar su proyecto Kitchen with a View (2019). También obtuvo la Beca Raúl Urtasun – Frances Harley para artistas emergentes de la Argentina (The Banff Center, Canadá, 2015). Realizó el programa Open Sessions en The Drawing Center, Nueva York, en 2018-2019. Algunas de sus exposiciones individuales son Kitchen with a View, en Locust Projects, Miami (2019), Angel Engines, en la galería Natalia Hug, Colonia (2018), y Fenómeno, en La Fábrica, Buenos Aires (2014). Su trabajo fue incluido recientemente en exposiciones grupales, en Sculpture Center y The Drawing Center (Nueva York), Kamias Triennial (Filipinas, 2020), Doc! (París, 2019), Chalton Gallery (Londres), Soma (México) y The Banff Center (Alberta), entre otros.

Retrato de Jimena Croceri en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra Trapo sonajero, de Jimena Croceri, lleva a una nueva escala un conjunto de trapos domésticos gastados al que la artista cosió cascabeles y transformó en objetos sonoros. Su producción busca hacer audibles elementos y acciones que pueblan nuestra cotidianidad, y pone de manifiesto el rol indispensable que tienen esos elementos en el cuidado de nuestro entorno y en modos de comunicación de los que no tenemos conciencia. Animados, esos objetos son capaces de crear experiencias nuevas para el espectador y revelar una red de conexiones de afecto, vitalidad y sonido que existe entre ellos, nuestro cuerpo, el aire y el agua. Su activación manifiesta, además, el carácter único de cada objeto y cada encuentro: en el caso de los elementos de Trapo sonajero, el sonido que desprende su movimiento resulta del ritmo particular que dibujan sus líneas en naranja –típicas de los trapos de limpieza–, el orden brillante de los cascabeles –que parecen acomodarse como una escritura musical–, la dimensión y cualidad de su tela, los espacios entre las costuras y, fundamentalmente, la fuerza con que los roce una mano o el viento.

Jimena Croceri (Neuquén, 1981) se graduó en la Universidad Nacional de Artes y continuó su formación en el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2013) y en el Centro de Investigaciones Artísticas (2014). Entre otros reconocimientos, recibió la Beca de Viaje Oxenford para realizar investigación de campo en la selva amazónica del Brasil (2016), fue seleccionada para participar como artista residente del programa FLORA ars+natura, en Colombia (2018), participó del programa de intercambio “Coincidencia”, de Pro Helvetia, en Suiza (2019) y recibió la beca de investigación Pernod Ricard de Villa Vassilieff, en Francia (2020). Su obra participó en exhibiciones de la Raven Row Gallery de Londres (2019); de Cabaret Voltaire de Zurich (2019); del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (2014 y 2019) y del Premio Braque, Muntref, en Buenos Aires (2015).

Retrato de Gala Berger en la exposición Adentro no hay más que una morada

La serie “No tengo fuerzas para rendirme” de Gala Berger fue realizada durante una larga estadía de la artista en Costa Rica e inspirada en la técnica del armado de mantas u otros accesorios domésticos a partir de la superposición de capas y de recortes de distintas telas. Estas piezas exploran la construcción de nuevas estructuras organizativas a partir de imágenes que representan fetiches, deseos y un nuevo modelo humano cuya figura surge de la manipulación de animaciones digitales y renders 3D, y de su hibridación con animales y microorganismos. Cada pieza fue tituladas con los nombres de distintas áreas de gobierno, cada obra trae a la imaginación de los asuntos políticos un nuevo conjunto de asociaciones y sensibilidades: desde la calidez y el carácter decorativo de técnicas tradicionales de costura con telas de uso popular hasta la proyección de otras formas de vida como lo cyborg, lo espectral o transmaterial.

Gala Berger (Buenos Aires, 1983) es licenciada en Artes Visuales por la Universidad Nacional de Arte. En 2011 fue becaria del Centro de Investigaciones Artísticas. Fue becaria del Programa de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella y del Laboratorio de Investigaciones Artísticas (Lipac-UBA). En 2020 fue seleccionada residente de Viborg Kunsthal, en Dinamarca, y participante de los Workshops de Parasite 2020, en Hong Kong. En 2019 fue integrante de la RAW Academy #6 con la mentoría de Koyo Kouoh, en Dakar, Senegal. Co-fundadora del Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo (La Ene, 2010-2020) y de los espacios Inmigrante (2012-2014) y Urgente (2014). Su trabajo ha sido expuesto individual y colectivamente en República Dominicana, Guatemala, Costa Rica, Argentina, Suecia, Perú, México, Canadá, Brasil, Colombia, Corea del Sur, Alemania, Chile, Ecuador, Estados Unidos, Puerto Rico, Emiratos Árabes Unidos, entre otros. Ha curado y co-curado exhibiciones en la Argentina, Suecia, México, Corea del Sur y Costa Rica.

Retrato de Ana Won en la exposición Adentro no hay más que una morada

Sobre las pinturas de Ana Won se acumulan, capa sobre capa, técnicas y materiales cuya combinación ‒ya sea por compatibilidad o por resistencia‒ le permite llevar cada una de sus imágenes a lugares desconocidos. Considerada por la artista como un acto ritual a partir del cual la “acción humana pueda comunicarse con lo otro”, su pintura genera lienzos afectados por una escritura ansiosa, permanente y vital, que se organiza sobre la superficie como sobre un campo magnético. Los trazos y las pinceladas, que aceleran la aparición de líneas y formas básicas ‒desde tachaduras y manchas hasta polígonos‒ son, para la artista, “el registro del paso de una fuerza del cuerpo al lienzo a través de la materia”. Esto queda expresado como vibración en sus usos del color y en el modo en que las formas van haciéndose lugar sobre la superficie y encontrando modos de relacionarse que configuran diagramas por los que circula una intensa energía gráfica.

Ana Won (Tucumán, 1989) cursó la carrera de Fotografía Artística y Técnica en la Universidad Nacional de Tucumán. En 2018 realizó el Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Participó de talleres en Yungas Arte Contemporáneo y Rusia Galería. Realizó clínicas con Carlos Huffman, Diego Bianchi, Mónica Giron, Verónica Gómez, Eduardo Stupía, Eduardo Basualdo, Raúl Flores, Sandro Pereira, entre otros. Fue becada por Proyecto Impulsar Cultura en 2020 y por Beca Residencia Urra en 2019. Recibió distinciones en el Premio UNNE para las Artes Visuales y en el XLIV Salón Nacional de Tucumán. Realizó exposiciones individuales como Cantos y alaridos, en Constitución Galería, de Buenos Aires (2021), Episodios de la pintura, en Lateral, de Tucumán (2017), G3NER∆C1ON 1000ЁNNI4Г, en Espacio Tucumán, de Buenos Aires (2017). Además, participó de exposiciones colectivas como Mannequin, en FACT, Tucumán (2019), Faltas personales, en Sala de exposiciones de la UTDT (2019), Cover, en Fundación Tres Pinos (2018) y Arte abstracto de Tucumán, en Espacio Cripta (2017). Es cofundadora de la Fundación para el Arte Contemporáneo de Tucumán (FACT).

Retrato de Florencia Caiazza en la exposición Adentro no hay más que una morada

La instalación de Florencia Caiazza, compuesta de un conjunto de calcos en yeso, surgió de una investigación acerca de la producción de motivos ornamentales sobre cerámicas. El contacto con la arcilla, utilizada en este caso como molde, llevó poco a poco a la artista a dejar de pensar en la construcción de formas que generan motivos a partir de su reproducción y repetición, para generar, en cambio, una superficie que, si bien mantiene el uso del fragmento como módulo constructivo, resulta de la acción exploratoria del tacto como gesto único e irrepetible. Prescindiendo de toda herramienta, la artista trabaja solo con la presión de sus dedos –y, en ocasiones, los de su hija–: un ejercicio de descubrimiento y exploración sobre los materiales, que le permite conocer los efectos de su propio movimiento, de su fuerza y de su tendencia al ritmo y a la composición.

Florencia Caiazza (Buenos Aires, 1982) estudió en la Escuela Superior de Artes Regina Pacis de San Isidro, y en el Programa para Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2015). Obtuvo el Premio Beca Joven Kenneth Kemble (2017), el primer premio en CALL XVIII, de la Galería Luis Adelantado de Valencia (2016), segundo premio en el Concurso Fundación Williams (2015) y Mención en el Salón Nacional de Rosario (2014). Fue seleccionada para realizar el Laboratorio Federal Museo Sívori (2021), participó de Creative Ireland Program (2019), Espositivo (Madrid, 2018), Museo de Arte Contemporáneo de La Coruña (Galicia, 2016), Achterhaus Ateliers (Hamburgo 2016) y “Villa Panadería Dorada”, proyecto argentino-alemán (Düsseldorf, 2016). Realizó las exposiciones individuales Mismatch, en Pallas Projects Gallery, Dublín (2021), Color municipal, en Hilo Galería, Buenos Aires (2019), ¿Cómo se conocieron?, en Galería Luis Adelantado (2017), y El circuito de las formas, en Big Sur Galería, Buenos Aires (2016). Además, sus obras se presentaron en exposiciones colectivas en las ciudades de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Coruña, Dresde, Río de Janeiro, entre otras.

Retrato de Santiago Villanueva en la exposición Adentro no hay más que una morada

Las obras de la serie “Mesas revueltas y collages”, de Santiago Villanueva, fueron realizadas entre los meses de mayo y agosto de 2020 a partir del contenido de cajas con objetos y papeles que no sabía exactamente dónde seguir conservando. Al distribuir estos objetos sobre pequeñas pinturas de formas orgánicas, Villanueva construye collages que celebran los cruces entre la historia personal y la historia del arte, cuyos modos de construcción quedan en evidencia a través de lazos definidos por la curiosidad, la sensibilidad, el tiempo compartido con otros y la afectividad. Los elementos dispuestos sobre la tela incluyen desde folletos de exposiciones, textos recogidos y blisters de pastillas, hasta cadenitas, mates e inciensos. Estos elementos, dispuestos de forma tal que parecen haber sido arrojados sobre la superficie, traen un tono ceremonial a esta colección de recuerdos vueltos reliquias.

Santiago Villanueva (Buenos Aires, 1990) es artista y curador. Tuvo a su cargo el área de influencia ampliada del Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo en Buenos Aires (La Ene, 2011-2018) y fue curador del ciclo Bellos Jueves, en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires (2014-2015). Entre 2016 y 2017 fue curador pedagógico del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Durante 2012 fue curador de Programas Públicos y Educación del Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires). Junto a Fernanda Laguna y Rosario Zorraquín coordinó “2019 Spazio de arte”. Entre sus libros se encuentran: El surrealismo rosa de hoy (Ivan Rosado), Las relaciones mentales. Eduardo Costa (Museo Tamayo), Juan Del Prete. Pintura Montada Primicia. (Roldan Moderno), Mariette Lydis (Ivan Rosado). Fue co-curador de la exposición “Traidores los días que huyeron”, del artista Roberto Jacoby, en el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. Formó parte del grupo editor de la revista Mancilla y actualmente es editor de la revista Segunda época. Es docente de la materia Estudios Curatoriales, en la Universidad Nacional de las Artes.

Retrato de Agustina Wetzel en la exposición Adentro no hay más que una morada

Vida salvaje forma parte de una serie de videos con los que Agustina Wetzel busca llamar la atención sobre los efectos de la gentrificación. En este caso, la compilación de escenas de demolición editadas en reversa muestra una sucesión de grandes edificios levantándose del polvo uno tras otro. A través del uso de imágenes de archivo digitales o VHS ‒residuos del universo técnico de la imagen en movimiento‒, su trabajo señala la despreocupación con que nuestra sociedad crea sus propias ruinas en vida. Feroz y nostálgico, Vida salvaje deja también abierta la pregunta sobre cómo estos procesos de gentrificación afectan los tejidos comunitarios, que se vuelven invisibles frente a la escala de estas edificaciones.

Agustina Wetzel (Corrientes, 1988) es Becaria doctoral de CONICET en Estudios de Género y Arte Contemporáneo Latinoamericano (UNC/IIGHI/NEDIM), donde investiga cruces entre arte y monstruosidad. A partir de sus investigaciones, ha dictado seminarios en LASA/Barcelona, Universidad de Toulouse Jean Jaurès, Universidad de Vic, entre otras. En 2019 participó del Programa de Artistas y, en 2020, del Programa de Cine de la Universidad Torcuato Di Tella. Sus videos fueron seleccionados en distintos Premios Nacionales y Festivales: Fuera del área de cobertura/Outside the Coverage Area, en Visions du Réel (Suiza, 2021), Estados del deseo, en Laboratorio Federal de la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico (Argentina, 2021), Mundos propios, en Sala de Exhibiciones de la UTDT (2021), Amiga BBS, en el XXIV Premio KLEMM (Argentina, 2020); Satellite Heritage, en Panorama junto a Garra Galería (2020), Ruina vertical, en el Salón Félix Amador (Argentina, 2019), y El idioma de los modos, en el Premio Nacional UNNE a las Artes Visuales (Argentina, 2019) y en la Bienalita en la Galería Ruth Benzacar (2019).

Retrato de Nacha Canvas en la exposición Adentro no hay más que una morada

Las obras de Nacha Canvas provienen de su investigación con la arcilla: un material en estado permanente de reconversión entre polvo, pasta húmeda y blanda, y objeto seco y rígido. Como material disparador, la arcilla condensa diversas dimensiones temporales: es un elemento que tiene miles de años y al mismo tiempo se proyecta infinitamente hacia el futuro, tiene siempre la cualidad de ser potencia o concreción de formas inesperadas. La artista investiga este ciclo de transformaciones y estados a través de su modelado, un proceso en el que las fallas o leves deformaciones surgen como pequeñas mutaciones que perpetúan la cadena de nacimiento de formas nuevas. De este proceso surge la instalación titulada Congéneres, un término que hace referencia al hecho de que, pese a sus diferencias, todas son formas de una misma naturaleza. La transformación sutil y gradual que sufren las piezas abre preguntas sobre el tiempo y el contexto de su nacimiento, y las redescubre como objetos limítrofes entre la cultura y el organismo natural.

Nacha Canvas (Tierra del Fuego, 1990) estudió Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires, donde dictó clases en la materia Morfología. Paralelamente se formó en otras disciplinas: cerámica, dibujo y fotografía. Dos veces ganadora de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires en la disciplina Artes Visuales, obtuvo una beca de formación en la Residencia Casa Tres Patios, en Medellín, Colombia (2013) y una beca para desarrollar el proyecto Friso, curado por Lara Marmor, Marcela Sinclair y Patricio Larrambebere (2017). En 2016 obtuvo una mención de honor en el Premio Itaú de Artes Visuales y, en 2019, fue seleccionada para participar del Premio Braque, Muntref. Ha expuesto su obra en diferentes ciudades de la Argentina y en Miami, Nueva York, Toronto, Lima, Bruselas y Punta del Este.

Retrato de La Chola Poblete en la exposición Adentro no hay más que una morada

La obra de La Chola Poblete explora la transformación interrumpida de los cuerpos y las identidades encarnadas en el mestizaje, la mezcla y la mixtura. Tanto desde el lenguaje performático como desde el escultórico o pictórico, la artista desarrolla un sistema de símbolos identificados con los atavíos corporales como vestimentas, alhajas, máscaras u objetos. A partir del repertorio de formas corporales y ornamentales que conforman el conjunto de máscaras de pan organizadas como una colección de piezas arqueológicas, elabora una mutación constante de las figuras como búsqueda de una identidad siempre en movimiento y renueva el poder simbólico de las culturas ancestrales. El proceso de experimentación y aprendizaje que la artista hace en cada una de las piezas presenta al pan como materia viva, alimento perecedero y primordial, que es moldeado como señal de un estado de cambio.

La Chola Poblete (Mendoza, 1989) estudió la Licenciatura y el Profesorado en Artes Visuales en la Universidad de Cuyo. Participó del Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (2018) y del Programa de artistas de MARCO Arte Foco, talleres de artistas en residencia. En 2014 fue premiada en la 11ª edición de los Premios Escenario, como “Mejor propuesta de Arte Joven”. Participó en la Primera Bienal de Performance en el Museo Provincial de Bellas Artes “Franklin Rawson”, de San Juan. Entre sus exposiciones individuales figuran El órgano masculino de la Chola, en el Mercado de Arte de Córdoba, y SLAVE, en el Museo Carlos Alonso de Mendoza (2019) y Tenedor de hereje, en Pasto Galería, Buenos Aires (2021).

Fecha

Inicio: 18 de Septiembre de 2021
Fin: 8 de Mayo de 2022

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