El Museo de Arte Moderno rinde homenaje a Norberto Gómez (1941-2021) en palabras de Pino Monkes, Jefe de Conservación del Museo:
Acabo de recibir la tristísima noticia del fallecimiento de Norberto Gómez y lo primero que siento es la necesidad de compartir un sencillo recuerdo de lo importante que fue en mi vida la estrecha relación que mantuve durante años con uno de los artistas más importantes y originales de la plástica nacional.
Inteligente, irónico, sarcástico y generoso como pocos, con cambios repentinos de humor, así era Norberto, con quien tuve mi primer encuentro a raíz del desmontaje de su muestra Ocho años, en el Museo Sívori, en 1986. Lo ayudé a transportar sus obras por los largos pasillos del Centro Cultural Recoleta, donde el Sívori y el Museo Moderno dispusieron por unos años de salas extras de exhibición.
Aquellos trabajos que tanto estupor habían causado en muestras anteriores en galerías del centro eludían toda metáfora y eufemismo para exponer crudamente una serie de fragmentaciones orgánicas, vísceras, restos en proceso de descomposición o incineración, que exponían el reciente y triste sacrificio social sufrido en el país. Se trataba de materiales totalmente nuevos para mí: espuma blanda de poliuretano, microesferas de vidrio, fibra de vidrio y resina poliéster, junto al cartón y la madera, que me sorprendieron por la levedad que conseguían aún en esos grandes formatos y la gran variante de texturas, acabados y transparencias logrados.
En uno de los tantos encuentros que tuvimos en aquellos años, tanto en su casa del primer piso frente al parque Lezama, junto a Viviana, su compañera, o en almuerzos en el bar de “los gallegos” (como todos los llamábamos), de Cochabamba y Defensa, supo comentarme algo que he guardado como conservador y restaurador: su necesidad de volcar rápidamente las imágenes sin pensar en ningún momento si iban a durar en el tiempo o no, una urgencia notable en la inmediatez que se desprendía de aquellas representaciones. Nos volvimos a encontrar a principios de 1995, por preparativos de su muestra en el Museo Moderno, 20 años, que sería elegida por la crítica la mejor del año. Muchas de aquellas obras, que llegaron de distintos destinos y suertes, necesitaban restauración.
Las exudaciones de la resina habían oscurecido las pocas zonas de color que tienen algunas de aquellas obras, todavía recuerdo a Norberto asegurándome: “allí abajo hay color”. Exactamente así fue: con una selección de solventes pudimos llegar a ellos y revelar el verdadero contenido de aquellas texturas y acabados superficiales de aquellas maravillosas e inquietantes piezas.
Nos mantuvimos en contacto cercano hasta su mudanza a la zona norte de la provincia de Buenos Aires. Siguieron comunicaciones telefónicas en las que me comentaba el desarrollo de sus trabajos y, a pesar de mis promesas de ir a visitarlo, sólo volvimos a vernos en las muestras individuales que realizó en Capital.
Nuestro último contacto, también por teléfono, fue poco antes de esta pandemia. Hablamos de su obra Crucifixión, de la colección del Museo Moderno, intervenida en aquella muestra del año 95. Traté de convencerlo de que las problemáticas que tenía eran inherentes a su materialidad y que la obra conservaba toda su nobleza. En esa oportunidad, le manifesté mis deseos de ir a verlo para retomar nuestras charlas, promesa que nueva y lamentablemente he incumplido. Seguramente, seguirán visitándome sus afirmaciones y respuestas a mis interminables preguntas.