Lecturas fantásticas – Un niño arte

sobre Ni tonto ni holgazán

Adaptación de un relato de Alberto Greco

con Ilustraciones de María Wernicke

Por Adriana Fernández

explicar con palabras de este mundo
que partió un barco de mí llevándome

Alejandra Pizarnik, Árbol de Diana (1962)

 

 

Si no son las palabras de este mundo, ¿qué hay?, ¿qué queda? El narrador del cuento de Greco comienza diciendo que a veces piensa que habría que escribir otro tipo de diccionarios, donde haya otras palabras, distintas a las que hay en estos que conocemos; otros diccionarios donde las palabras que se rocen no sean las que se suceden simplemente en el orden alfabético.

No son las palabras de este mundo las que le alcanzan a este narrador, ni tampoco al protagonista del cuento, Claudio, a quien tampoco le seducen los oficios de este mundo. Como Bartleby, el maravilloso personaje de Melville, Claudio responde con displicencia cuando los adultos le preguntan qué quiere ser cuando sea grande, qué quiere estudiar, qué le gustaría hacer.

 

Nada

Nada

Nada

Responde él.

 

Y entonces los padres del personaje se desgarran las vestiduras. Qué será del hijo y, siempre está la secreta y algo egoísta pregunta, qué será de ellos al envejecer si su hijo no quiere ser o hacer nada. Será un tonto o un holgazán, se responden azorados.

Pero resulta que Claudio hace cosas diferentes a las que hacen los otros en este mundo. Claudio contempla, se acerca a las cosas hasta ver algo distinto, hasta incluso hacerlas hablar. Así, las plantas le cuentan sus historias, sus metamorfosis.

Como en todo cuento, llega el momento en que algo falta, algo sucede. La salud del padre de Claudio es débil. Él deberá trabajar en su lugar, porque la única cura la tiene la bruja gritona y no quiere entregarla a nadie, tal su egoísmo.

Claudio acepta el destino que los vecinos le anuncian, pero dice que irá en busca del agua maravillosa y curativa que tiene la bruja y la traerá.

El personaje, discreto y sin alardes, llega hasta donde vive la bruja y su hijo y le pide la cura para su padre. Ella se la niega o, más bien, le pregunta qué tiene él para darle a cambio. Claudio le dice que tiene historias.

El efecto de esas historias sobre la bruja y su hijo es el de las palabras de otro mundo, de otros diccionarios, de otras fortunas personales con las que pagar. El efecto de una cura, también.

El final es anunciado y próspero, lleno de buena salud para el padre de Claudio y de nuevas palabras para diccionarios que nunca existirán.

 

Por fuera de las palabras de este mundo están, sin duda, las de la locura, pero también las del poema, las de la literatura. Y por fuera de los oficios de este mundo, está el del artista que, ni tonto ni holgazán, cambia e incide en lo que lo rodea.

 

Este cuento se lee acompañado. Los niños y las niñas, por los adultos que anden cerca. Y los adultos  deberían leerlo acompañados de los más pequeños. Y es que, a veces, no se puede solo con un cuento. Las maravillosas ilustraciones de María Wernicke están allí poniendo sutiles formas a los personajes y su entorno. Wernicke y Claudio son aliados en su discreción.

Adriana Fernández (Buenos Aires, 1970) se recibió de profesora de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Nacional del Profesorado “Joaquín V. González”. Ha sido docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es gerenta editorial del Grupo Planeta en la Argentina.

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