”Si dispusiéramos de una Fantástica, como disponemos de una Lógica, se habría descubierto el arte de inventar”.
Novalis (1772-1801), Frammenti (Fragmentos)
Esta es la cita que inspiró a Gianni Rodari para la escritura de su Gramática de la Fantasía (1973). Mientras trabajaba con niños muy pequeños, Rodari realizó este proyecto de técnicas y estrategias procedimentales que llamó la “lógica de lo fantástico”. La invención, esa categoría de la literatura (y del arte todo), es la que nos deja con la boca abierta, la que provoca el asombro.
Sin asombro no hay literatura. Sin sacar al lector de la zona de confort que ofrece la realidad misma, la literatura no existiría. El lenguaje de la literatura funciona, cualquiera sea el género, cuando arranca al lector de su territorio conocido y se lo lleva a otro mundo en naves recién inventadas.
“Desautomatización del lenguaje” supieron bautizar algunos teóricos a esta aventura: el lenguaje no funciona como una “caja de herramientas” sino realimentándose de la vida, moviéndose hacia su interior y su exterior, reinventándose.
¡Qué menos que asombro puede provocar eso! Si buscamos una imagen de un niño o una niña leyendo, seguro se nos viene a la mente ese gesto que suele venir acompañado de un “ahhhhhhhhhh”. El primer paso hacia el placer de lo literario es el asombro, sin duda alguna.
Pregunté a dos escritoras sobre el asombro en los libros y las infancias, y les pedí que elijan un ejemplo que les viniera a la mente para ilustrar sus palabras. Se produjo una “maravillosa” coincidencia.
“Provocar asombro es lo mínimo necesario para que un libro infantil sea, además, buena literatura. Ese efecto inesperado que sirve para deshacer lugares comunes y rearmar el caos del mundo en una historia con sentido. Un asombro que a veces es parte del lenguaje y a veces es parte de la historia que se cuenta: de la escritura, de la elección de los hechos narrados y su orden. A veces las dos formas del asombro se juntan en un solo, maravilloso texto, como en Alicia en el país de las maravillas. A veces está en la historia, como en El hormiguero, de Sergio Aguirre. O en el lenguaje socarrón y loco de Ema Wolf en Pollos de campo…”
“Recrear el asombro ante la belleza y la ferocidad del mundo es, sin dudas, una de las búsquedas de la literatura y del arte en general. En los libros dirigidos a niños y niñas ese asombro se profundiza y se hace palpable. Un texto de literatura infantil, si está logrado, nos lleva a recrear la perplejidad de un niño ante el misterio del mundo, a esa maravillosa experiencia de mirarlo todo con ojos nuevos, como si fuera ‘la primera vez’.
El libro que nos permite habitar el asombro en cada una de sus páginas es la célebre novela de Lewis Carroll: Las aventuras de Alicia en al país de las maravillas, donde el lector acompaña los avatares de la protagonista, en un universo mágico que quiebra las leyes de la lógica y lo real”.
Adriana Fernández (Buenos Aires, 1970). Se recibió de profesora de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Nacional del Profesorado «Joaquín V. González». Ha sido docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es gerenta editorial del Grupo Planeta en la Argentina.