Las pinturas de Santiago Poggio nos enfrentan, como representaciones profanas y contemporáneas de iluminaciones a plena página de manuscritos medievales, a imágenes carentes del sistema textual que las sustenta. Es así que podemos vernos seducidos a utilizar nuestro propio reservorio de imágenes, nuestro cúmulo de aptitudes y expectativas para interpretar sus representaciones (¿narraciones?) o, simplemente, dejarnos atrapar por el mundo de fantasía que nos propone, demandándonos pausar el tiempo y sumergirnos en ellas. Entonces, ¿en dónde descansa el atractivo de sus pinturas? ¿En la comprensión de su significado o, quizás, en su capacidad de ser receptáculo de nuestra propia proyección?
Temas, imágenes y lecturas de diversos orígenes son convocados en sus obras, no como referencias o citas directas –incluso, a veces, si quiera pretendidas-, sino como parte del propio bagaje cultural de Poggio. Creando en el vaivén de la abstracción geométrica y la imagen hiper-narrativa, se mueve con libertad entre representaciones reales y fantásticas, verosímiles e imaginarias. Sus obras se constituyen como una interioridad deforme y perturbada que contrasta -y a la vez se filtra- en el entorno rígido de las estructuras geométricas no narrativas. Tomando la pintura como punto de partida, explora modos de construir una narración, volviendo al dispositivo pictórico una herramienta para reflexionar sobre el mundo, desplegar planteos filosóficos y crear pensamiento. Y, aunque su eje es la pintura, de tanto en tanto, sus universos se extienden, sedientos de nuevos medios para manifestarse, en la escultura, los objetos, el dibujo, el performance y las instalaciones.