En la obra de López, los símbolos se vacían de sentido en el acto de ser pintados, como si la tela los absorbiera para dejar a la vista solo su cáscara y belleza. López enarbola la superficie como alternativa y la estética como una forma de hacer política, en tanto las imágenes habilitan un lugar común, un encuentro entre artista y público. En sus instalaciones, la artista trabaja con objetos e imágenes de los mass media o del fast fashion como sinécdoques del fin de siglo XX.
La artista invoca las dicotomías comunismo-capitalismo y proletariado-burguesía desde sus ruinas o desde los fragmentos que llegaron a este punto del mapa y tiempo. Arropa esos objetos e imágenes y los engalana con moños, brillantina y bijuterie, buscando en la ficción profana una manera de inquietar el presente a partir de fantasmas que habitan distintas temporalidades.
Desde la repetición, ejercita y ejerce la memoria como una práctica performativa: en sus manos, el pincel deja huellas gruesas y matéricas; recrea una y otra vez el recuerdo de su cuarto de la infancia, o flores, montañas y moños que muchas veces opta por dejar con aspectos inacabados. López hace pinturas a escala de su cuerpo, con movimientos extrañados, como si fuesen los gestos de otras personas. Su obra tiene un carácter arqueológico: pareciera nacer inscripta en el pasado o intentar decirle a xl espectadorx, una y otra vez: “lo nuevo ya no existe”, para invitarlx a la coreografía errática y posible de habitar la urgencia de un futuro otro.