La producción de Herrera dialoga con la historia del ornamento y con el género pictórico de la naturaleza muerta, pero desde sus títulos, suele apelar a la tradición del (auto)retrato. El artista juega a presentar sucesivas versiones de sí mismo como quien registra los cambios de su rostro o su carácter por el paso de la vida. El arreglo es una metáfora del trabajo de recomponerse, pero también un memento mori que invita a un hedonismo homosexual, descarnado, barroco y vital.
Herrera prepara arreglos de objetos y materias orgánicas que dispone meticulosamente en el espacio. Trabaja con materiales diversos entre los que logra establecer una familiaridad: cadenas de eslabón fino, sábanas, frazadas, madera, flores, plumas, pan, carnes, huesos, vajilla, agua y jabón entregan su último aliento en composiciones de ensamble, contenidas en una caja o en una bolsa. Estos conjuntos integran, en ocasiones, las instalaciones donde incorpora elementos adicionales que organizan el tránsito del público.
Los pensamientos sobre la muerte y la locura, el transcurso del tiempo, lo sexual, los ritos del pasado y del presente forman parte de la estructura del trabajo del artista. Los elementos orgánicos e inorgánicos se funden en una pregunta que atraviesa toda su producción: ¿existe la posibilidad de desaparecer?
El cuerpo es invocado como resto: sustancias, emanaciones y recuerdos cobran materialidad para volver a escena(s) una y otra vez.