Bruno Gruppalli evidencia en cada nuevo conjunto de obras un momento, un corte temporal, del cadáver exquisito que rige su vida y su obra. Permeable a su entorno, absorbe y recopila como una especie de contenedor o universo, lecturas, imágenes, experiencias, lugares, materiales, para desprender luego ideas, momentos, ficciones. Y al igual que en los poemas surrealistas, cada nueva producción se relaciona con procesos anteriores a través de conexiones que lejos de ser lineales, literales, directas, conforman una identidad inestable y contradictoria. Aun así, es posible encontrar en sus obras ciertas continuidades temáticas o conceptuales como su interés por el teatro, la ficción, el artificio y la palabra o, mejor dicho, el lenguaje.
Entre la psicología social, la semiótica y la historia del arte, Grupalli reflexiona sobre el lenguaje y su manifestación en la interacción humana. Como sucede con el teatro del absurdo, sus obras no dan las respuestas que creemos esperables, sino que nos dejan a nosotros la interpretación y el análisis de cada una de ellas. Su obra puede ser desconcertante, rica en significados, muda, lúdica y profundamente esquizofrénica, espejo casi autobiográfico de su propio estado mental o anímico. Sin un soporte definido, moviéndose entre la instalación, la escultura, el dibujo, el collage y la fotografía, su obra encuentra su sentido de ser en la oscilación constante entre momentos de ficción (como si fuesen escenografías o utilería de una acción) para luego volver a ser objetos de arte.