Museo Moderno
Gordín Sebastian

Gordín comenzó su recorrido a mediados de los años ochenta como dibujante y editor de comics underground. Desde entonces, el tren de su obra ha ido deteniéndose en diferentes estaciones, pasando por la pintura, las instalaciones, la construcción de objetos difíciles de clasificar, la escultura y, ocasionalmente, la performance y el video. Vistas en perspectiva, estas obras parecieran ser imágenes de una colección alucinada, piezas extraídas del Museo Barnum o provenientes de un gabinete de curiosidades del siglo veinte.

A Gordín le gusta definirse como constructor, término que engloba muchos aspectos de su quehacer artístico. Primero, hay que erigir la historia o, en su defecto, la anécdota. La pulsión por la construcción deja, en casi todos los casos, la historia sin concluir. Aquí es cuando el detalle aparece como un instrumento para completar ese script inacabado. Como en la escena de un crimen, el artista deja un reguero de pistas para que el observador termine el trabajo que él comenzó. En paralelo está la cuestión de la escala. Para poder ser lo más fiel posible a la magnitud de la trama a narrar, el artista decide reducir el tamaño de sus proyectos. Lo importante parecería ser convocar, de la manera más económica, a las dimensiones más espectaculares del horror, el humor o el melodrama. Este procedimiento queda en evidencia en su serie de revistas pulp, realizadas en marquetería sobre un bloque de madera tallada. Estas publicaciones, de las que solo conocemos la portada, ya que no las podemos abrir, se presentan como un llamado a romper con el orden cotidiano y se inscriben como el juego anunciado de una mecánica narrativa.

En ocasiones, Gordín deja de lado el registro de lo fantástico, principalmente cuando se refiere a la historia del arte misma por medio de sus construcciones de pequeños museos, como el Museum of Zombie Art (MOZA) y el Centro Cultural de la Mesa. Como en un juego de cajas chinas, en las obras exhibidas dentro de estas obras, Gordín juega a ser artista y viajero del tiempo, permitiéndose realizar desde tapices medievales hasta obras contemporáneas. Quizás como producto de esta práctica, actualmente se encuentra trabajando en una serie de cuadros abstractos, derivados de sus investigaciones con maderas en chapas. Lejos de sus intereses habituales, estos trabajos establecen un diálogo con obras de artistas que tienen búsquedas muy diferentes a las suyas; estas obras parecieran estar producidas por su alter ego, y bien podrían ser parte de las colecciones de los museos imaginarios que acabamos de nombrar, como también de la colección alucinada del siglo veinte que mencionamos al principio.