Su pasión por los textos de divulgación científica lleva a Ballesteros a concebir su oficio como una experimentación constante que, a menudo, roza el horizonte de lo imposible e inconmensurable y lo vuelve tema de la obra. De esas lecturas, Ballesteros extrae pautas que organizan su proceso de producción, sin determinar resultados necesariamente visuales. La obra es un registro frágil del paso del cuerpo del artista en acción. Algunas de estas pautas parecen deconstruir la actividad gráfica al convocar, por ejemplo, a pintar un rectángulo repitiendo el gesto de dibujar una línea. En otras ocasiones, es la curiosidad física del artista la que promueve un movimiento (por caso, dejar caer el puño sobre el lienzo) y consolida una pauta “coreográfica” que se expresa de manera visual. Unas y otras consignas generan un ritmo regular que las acerca al ejercicio espiritual.
En algunas de sus series, Ballesteros superpone procedimientos analíticos a los resultados obtenidos en estas acciones, como contar la cantidad de líneas dibujadas o las intersecciones entre ellas, en un intento, a sabiendas fallido, de mensurar las posibilidades del Universo. Las cifras se filtran en los títulos, como en Línea trazada con ojos cerrados caminando alrededor de una tela durante 30 minutos, 1749 intersecciones (2001) o en la serie de fotografías nocturnas urbanas y astronómicas, en la que cuenta y pinta con fibra negra las fuentes de luz para obtener una “imagen imposible” en la cual la luz solo está presente como reflejo.
Como metáfora del trabajo colectivo, de la tribu de artistas que conforman la cultura de una época, según sus propias palabras, Ballesteros realiza dibujos, murales o acciones con otrxs, alrededor de elementos simples, a lo largo de días o meses de producción. Las propuestas son diversas: carreras de lápices, prácticas de aeromodelismo o la confección de una madeja de la extensión de la circunferencia terrestre, entre otras.