La obra de Agustín González Goytía se presenta como un territorio de encuentros dispares. Un gusto por lo noble, lo romántico y las artes aplicadas como tema se da cita con formas compositivas propias de la historieta y el textil. El amor, de herencia fauvista, por la delicada herrería de un portón pierde su carácter de celebración bajo una paleta expresionista. Othon Friesz y Raould Dufy se superponen con Alberto Breccia en un mismo trazo o en el rincón de una
mancha.
La pintura se confunde con el dibujo y el acrílico de tan disuelto deviene una técnica de teñido sobre el liencillo sin preparar. Asoma entonces una pintura por capas, construida con igual medida de azar e intención. Aquello que desborda, que se desparrame y se expande, se convierte en materia expresiva para el pintor y en una nueva posibilidad para su narrativa fragmentaria. El resultado es una obra que huye de su expresión acabada y que manifiesta una
espacialidad embrionaria bajo un soporte precario. La tela se presenta como tal y apela a una tradición alejada de la herencia mural para lucirse en su materialidad dúctil, absorbente y ligera. Se produce una síntesis entre color y soporte que destaca el entramado de hilos y hace frente a la imposibilidad contemporánea de conocer el objeto mediante su aspecto debido a los acabados plásticos y artificiales. Es una pintura que avanza hacia una conquista espacial sin rendirse a una espectacularidad instalativa y que resiste desde su potencial narrativo.